Me recuesto sobre la duna que tiene junquillos.
Las sombras se proyectan sobre mi rostro;
mientras la brisa recorre los espacios que sobran,
los espacios no vegetales.
Convivir con una familia indígena Huarpe en su territorio fué una experiencia intransferible. Aunque llevé una actitud abierta, de escucha sensible, tanto el lugar como los momentos compartidos con sus enseñanzas me produjeron una gran movilización emocional. Me cuestioné reiteradas veces el sentido de mi práctica artística. Por momentos replantee los objetivos con los que llegué inicialmente.
En el lugar, durante los cinco días que estuve allí quise registrar todo a través de la cámara, de los escritos, del dibujo. Todo eso y nada al mismo tiempo era posible. No hubo lugar para que me acompañara un asistente o camarógrafo/a. En muchas ocasiones tuve que elegir entre hacer el registro, dibujar, escribir o dejarme llevar, por ejemplo, por la vivencia de una ceremonia entre otras experiencias y cantidad de estímulos que la misma naturaleza proveía.
No había un único relato una única construcción, sino que eran múltiples. Fui con la expectativa de mapear un entorno que no me pertenece. Allí aprendí que las voces autorizadas para hablar sobre este territorio eran la de los Huarpes. Ellos/as con mucha dificultad aún están reconstruyendo su identidad, interpretando vestigios de sangre originaria, costumbres, lengua, cultura; ya que durante mucho tiempo fueron obligados a perderlas u ocultarlas. Ejemplo de esto son los nombres españoles que portan. El recupero de la lengua es el indicio más fuerte de su existencia. Así como el Omta (Autoridad máxima Huarpe) mencionó que estuvieron camuflados como si fueran criollos para pasar desapercibidos, para sobrevivir.
Replantear la matriz de la modernidad que ha determinado jerarquías donde se determina quienes somos nosotros/as y quienes son ellos/as. En esta misma región habitamos distintas miradas culturales y cada una tiene que tener su propia voz.
Pusimos en práctica la interculturalidad, no como una mera teoría, sino como un hecho real.
"Me recuesto sobre la duna que tiene junquillos.
Las sombras se proyectan sobre mi rostro mientras se escucha la brisa recorriendo los espacios que sobran, los espacios no vegetales. Las hojas de junquillo son muy finitas y largas, salen de una base que puede contener dos o más de estas. Son líneas que suben y caen con una leve inclinación a cada lado. Esta planta es parte de la economía de la región. La cosechan a mano con la hoz y las utilizan para hacer escobas. Las cestas que fabrican con junquillos no se venden porque se utilizan para las ceremonias sagradas.
En esa posición escucho los sonidos de las plantas nativas y de los insectos. Observo el cielo.
En la caminata crucé escarabajos negros y encontré piel de cigarras olvidadas, había muchas a metros del sendero.
No todo es greda o arena de duna. En el bajo hay tierra arcillosa y la poca agua del rio deja aflorar salitres. Cada vez hay menos agua, más desierto y más sal.
Me traslado por las sendas que hay en la arena. Sendas de cabras que usan las personas o huellas de vehículos. Es fácil perderse así que hago marcaciones. Me enseñan a reconocer la orientación de las huellas de las pisadas para volver sobre estas.
Por un momento me desvío siguiendo la huella de las cabras. Reconozco el rastro de una culebra grande, seguramente una lampalagüa. Esta marca me lleva hasta unas vizcacheras. La busco atentamente pero no la localizo. Hay muchos pájaros cantando sobre ramas secas. Es un medio día de sol como casi todos.
Es invierno y a pesar de ello el verde propio de la zona sigue manifiesto. Hay formas de hojas lanceoladas, onduladas, elípticas, ovadas, espatuladas, rollizas y más. Hay olores ásperos, suaves, amargos y dulces. Hay frutos carnosos grandes y pequeños.
El fruto es una cápsula que contiene saberes. Dentro duerme la semilla hasta que el viento de agosto la desparrama o un pájaro la traga para dejarla depositada en otro sector. Las plantas se entienden entre ellas, le dejan lugar a las nuevas, se mueven para que le entre sol a los retoño. Todas conviven en distintos sectores: jume, junquillo, retamo, atamisque, pájaro bobo, pinchagüa, algarrobo lamar, algarrobo negro, chañar, pachango; hay muchas. Cuando alguien muere se convierte en animal o planta. En la naturaleza están los ancestros que acompañan y se comunican a través de ella. Las plantas también son medicina. Yeyentá (Doña Antonia) me comenta que siempre se curó con las plantas y sus creencias. Que nunca fue al oculista y que con sus 96 años tiene una gran vista. Su mayor anhelo es que la salud pública incorporare sus saberes ancestrales, aunque sea para su comunidad." (Neda Olguin )